El lazarillo de Tormes es el máximo monumento literario a Toledo, sin embargo como bien he podido comprobar este fin de semana El Lazarillo es el gran ausente de esa ciudad castellana tan cargada de historia y cultura, llegando hasta la barbaridad de decirme un guía turístico que era una película que sabía que se había rodado en Toledo.
Colocaron la jaula sobre el
cadalso, y allí, tirándome unos por la parte de mi cuerpo que tenía fuera,
otros por la cola del pescado, me sacaron como el día que mi madre del vientre
me echó, y del atún quedó solamente el pellejo.
Rápido me dieron una capa para cubrirme y el duque mandó me trajesen un
traje suyo, el cual me quedaba más bien pequeño y ancho, por ser el señor duque
paticorto y gordo. Me vestí, y fui tan festejado y visitado por las gentes, que
en todo el tiempo que allí estuve casi no dormí, porque de noche no dejaban de
llegar gentes, a ver y a preguntar.
Llegaron de todas partes, incluso obispos y gentes de la Inquisición, no
podía menos que, a pensar que a pesar de los halagos, aquello no acabaría bien.
Pero pronto me tranquilizaron y aunque hay gente que no es de fiar,
afortunadamente la gente de Iglesia tomo la cuestión de mis transformaciones
más como milagro del señor que como maldición de Satanás, gracias a las más de
cien oraciones que recordaba del ciego y los visajes piadosos que él me enseñó
y que convencían a todos de mi presunta santidad y todo aquel que podía estar
hablando conmigo unos minutos se tenía por persona dichosa, cuanto ni más si
lograban de mi un abrazo o un apretón de manos.