(Sale EL JUEZ, y otros dos con él, que son
ESCRIBANO y PROCURADOR, y siéntase en una silla; salen EL VEJETE Y MARIANA, su
mujer.)
MARIANA. Aun bien que está ya el
señor juez de los divorcios sentado en la silla de su audiencia. Desta vez
tengo de quedar dentro o fuera; desta vegada tengo de quedar libre de pedido y
alcabala, como el gavilán.
VEJETE. Por amor de Dios,
Mariana, que no almodones tanto tu negocio; habla paso, por la pasión que Dios
pasó; mira que tienes atronada a toda la vecindad con tus gritos; y, pues
tienes delante al señor juez, con menos voces le puedes informar de tu
justicia.
JUEZ. ¿Qué pendencia traéis, buena gente?
MARIANA. Señor, ¡divorcio, divorcio, y más
divorcio, y otras mil veces divorcio!
JUEZ. ¿De quién, o por qué,
señora?
MARIANA. ¿De quién? De este
viejo, que está presente.
JUEZ. ¿Por qué?
MARIANA. Porque no puedo sufrir
sus impertinencias, ni estar continuo atenta a curar todas sus enfermedades,
que son sin número; y no me criaron a mí mis padres para ser hospitalera ni
enfermera. Muy buen dote llevé al poder de esta espuerta de huesos, que me
tiene consumidos los días de la vida; cuando entré en su poder, me relumbraba
la cara como un espejo, y ahora la tengo con una vara de frisa encima. Vuesa
merced, señor juez, me descase, si no quiere que me ahorque; mire, mire los
surcos que tengo por este rostro, de las lágrimas que derramo cada día, por
verme casada con esta anatomía.
JUEZ. No lloréis, señora; bajad
la voz y enjugad las lágrimas, que yo os haré justicia.
MARIANA. Déjeme vuesa merced
llorar, que con esto descanso. En los reinos y en las repúblicas bien
ordenadas, había de ser limitado el tiempo de los matrimonios, y de tres en
tres años se habían de deshacer, o confirmarse de nuevo, como cosas de
arrendamiento, y no que hayan de durar toda la vida, con perpetuo dolor de
entrambas partes.
JUEZ. Si ese arbitrio se pudiera
o debiera poner en prática, y por dineros, ya se hubiera hecho; pero
especificad más, señora, las ocasiones que os mueven a pedir divorcio.
MARIANA. El invierno de mi marido, y la
primavera de mi edad; el quitarme el sueño, por levantarme a media noche a
calentar paños y saquillos de salvado para ponerle en la ijada; el ponerle, ora
esto, ora aquella ligadura, que ligado le vea yo a un palo por justicia; el
cuidado que tengo de ponerle de noche alta cabecera de la cama, jarabes
lenitivos, porque no se ahogue del pecho; y el estar obligada a sufrir el mal
olor de la boca, que le huele mal a tres tiros de arcabuz.
ESCRIBANO. Debe de ser alguna
muela podrida.
VEJETE. No puede ser, porque
lleve el diablo la muela ni diente que tengo en toda ella.
PROCURADOR. Pues ley hay que
dice, según he oído decir, que por sólo el mal olor de la boca se puede
descasar la mujer del marido, y el marido de la mujer.
VEJETE. En verdad, señores, que
el mal aliento que ella dice que tengo, no se engendra de mis podridas muelas,
pues no las tengo, ni menos procede de mi estómago, que está sanísimo, sino de esa
mala intención de su pecho. Mal conocen vuesas mercedes a esta señora; pues a
fe que, si la conociesen, que la ayunarían o la santiguarían. Veinte y dos años
hace que vivo con ella mártir, sin haber sido jamás confesor de sus insolencias,
de sus voces y de sus fantasías, y ya va para dos años que cada día me va dando
vaivenes y empujones hacia la sepultura, a cuyas voces me tiene medio sordo, y,
a puro reñir, sin juicio. Si me cura, como ella dice, cúrame a regañadientes;
habiendo de ser suave la mano y la condición del médico. En resolución,
señores, yo soy el que muero en su poder, y ella es la que vive en el mío,
porque es señora, con mero mixto imperio, de la hacienda que tengo.
MARIANA. ¿Hacienda vuestra? Y
¿qué hacienda tenéis vos, que no la hayáis ganado con la que llevaste s en mi
dote? Y son mío la mitad de los bienes gananciales, mal que os pese; y dellos y
de la dote, si me muriese agora, no os dejaría valor de un maravedí, porque
veáis el amor que os tengo.
JUEZ. Decid, señor: cuando
entrastes en poder de vuestra mujer, ¿no entrastes gallardo, sano, y bien
acondicionado?
VEJETE. Ya he dicho que ha veinte y dos años
que entré en su poder, como quien entra en el de un cómitre calabrés a remar en
galeras de por fuerza, y entré tan sano, que podía decir y hacer como quien
juega a las pintas.
MARIANA. Cedacito nuevo, tres
días en estaca.
JUEZ. Callad, callad, nora en
tal, mujer de bien, y andad con Dios; que yo no hallo causa para descasaros; y,
pues comisteis las maduras, gustad de las duras; que no está obligado ningún
marido a tener la velocidad y corrida del tiempo, que no pase por su puerta y
por sus días; y descontad los malos que ahora os da, con los buenos que os dio
cuando pudo; y no repliquéis más palabra.
VEJETE. Si fuese posible, recibiría
gran merced que vuesa merced me la hiciese de despenarme, alzándome esta
carcelería; porque, dejándome así, habiendo ya llegado a este rompimiento, será
de nuevo entregarme al verdugo que me martirice; y si no, hagamos una cosa:
enciérrese ella en un monasterio, y yo en otro; partamos la hacienda, y de esta
suerte podremos vivir en paz y en servicio de Dios lo que nos queda de la vida.
MARIANA. ¡Malos años! ¡Bonica soy
yo para estar encerrada! No sino llegaos a la niña, que es amiga de redes, de
tornos, rejas y escuchas; encerraos vos que lo podréis llevar y sufrir, que ni
tenéis ojos con qué ver, ni oídos con qué oír, ni pies con qué andar, ni mano
con qué tocar: que yo, que estoy sana, y con todos mis cinco sentidos cabales y
vivos, quiero usar de ellos a la descubierta, y no por brújula, como quínola
dudosa. ESCRIBANO. Libre es la mujer.
PROCURADOR. Y prudente el marido;
pero no puede más.
JUEZ. Pues yo no puedo hacer este
divorcio, quía mullan ingenio causan.
(Entra UN SOLDADO bien aderezado,
y su mujer DOÑA GUIOMAR.)
GUIOMAR. ¡Bendito sea Dios!, que se me ha
cumplido el deseo que tenía de yerme ante la presencia de vuesa merced, a quien
suplico, cuando encarecidamente puedo, sea servido de descasarme de este.
JUEZ. ¿Qué cosa es de este? ¿No
tiene otro nombre? Bien fuera que les dijeran siquiera: «de este hombre».
GUIOMAR. Si él fuera hombre, no
procurará yo descasarme.
JUEZ. Pues ¿qué es?
GUIOMAR. Un leño.
SOLDADO. [Aparte.] Por Dios, que
he de ser leño en callar y en sufrir. Quizá con no defenderme ni contradecir a
esta mujer, el juez se inclinará a condenarme; y, pensando que me castiga, me
sacará de cautiverio, como si por milagro se librase un cautivo de las
mazmorras de Tetuán.
PROCURADOR. Hablad más comedido,
señora, y relatad vuestro negocio, sin improperios de vuestro marido, que el
señor juez de los divorcios, que está delante, mirará rectamente por vuestra
justicia.
GUIOMAR. Pues ¿no quieren vuesas mercedes que
llame leño a una estatua, que no tiene más acciones que un madero?
MARIANA. Ésta y yo nos quejamos sin duda de un
mismo agravio.
GUIOMAR. Digo, en fin, señor mio, que a mí me
casaron con este hombre, ya que quiere vuesa merced que así lo llame, pero no
es este hombre con quien yo me casé. JUEZ. ¿Cómo es eso?, que no os entiendo.
GUIOMAR. Quiero decir, que pensé
que me casaba con un hombre moliente y corriente, y a pocos días me hallé que
me había casado con un leño, como tengo dicho; porque él no sabe cuál es su
mano derecha, ni busca medios ni trazas para granjear un real con que ayude a
sustentar su casa y familia. Las mañanas se le pasan en oír misa y en estarse
en la puerta de Guadalajara murmurando, sabiendo nuevas, diciendo y escuchando
mentiras; y las tardes, y aun las mañanas también, se va de casa en casa de
juego, y allí sirve de número a los mirones, que, según he oído decir, es un
género de gente a quien aborrecen en todo extremo los gariteros. A las dos de
la tarde viene a comer, sin que le hayan dado un real de barato, porque ya no
se usa el darlo; vuélvase a ir; vuelve a media noche; cena si lo halla; y si
no, santiguase, bosteza y acuéstese; y en toda la noche no sosiega, dando
vueltas. Pregúntele qué tiene. Respóndeme que está haciendo un soneto en la
memoria para un amigo que se le ha pedido; y da en ser poeta, como si fuese
oficio con quien no estuviese vinculada la necesidad del mundo.
SOLDADO. Mi señora doña Guiomar,
en todo cuanto ha dicho, no ha salido de los límites de la razón; y, si yo no
la tuviera en lo que hago, como ella la tiene en lo que dice, ya había yo de
haber procurado algún favor de palillos de aquí o de allí, y procurar yerme,
como se ven otros hombrecitos aguditos y bulliciosos, con una vara en las
manos, y sobre una mula de alquiler, pequeña, seca y maliciosa, sin mozo de
mulas que le acompañe, porque las tales mulas nunca se alquilan sino a faltas y
cuando están de nones; sus alforjitas a las ancas, en la una un cuello y una
camisa, y en la otra su medio queso, y su pan y su bota; sin añadir a los
vestidos que trae, para hacerlos de camino, sino unas polainas y una sola
espuela; y, con una comisión y aun comezón en el seno, sale por esa Puente
Toledana raspahilando, a pesar de las malas mañas de la harona, y, a cabo de
pocos días, envía a su casa algún pernil de tocino y algunas varas de lienzo
crudo; en fin, de aquellas cosas que valen baratas en los lugares del distrito
de su comisión, y con esto sustenta su casa como el pecador mejor puede; pero
yo, que, ni tengo oficio, ni beneficio, no sé qué hacerme, porque no hay señor
que quiera servirse de mí, porque soy casado; así que me será forzoso suplicar
a vuesa merced, señor juez, pues ya por pobres son tan enfadosos los hidalgos,
y mi mujer lo pide, que nos divida y aparte.
GUIOMAR. Y hay más en esto, señor
juez: que, como yo veo que mi marido es tan para poco, y que padece necesidad, muérame
por remediarle, pero no puedo, porque, en resolución, soy mujer de bien, y no
tengo de hacer vileza.
SOLDADO. Por esto solo merecía
ser querida esta mujer; pero, debajo de este pundonor, tiene encubierta la más
mala condición de la tierra; pide celos sin causa; grita sin por qué; presume
sin hacienda; y, como me ve pobre, no me estima en el baile del rey Perico; y
es lo peor, señor juez, que quiere que, a trueco de la fidelidad que me guarda,
le sufra y disimule millares de millares de impertinencias y desabrimientos que
tiene.
GUIOMAR. ¿Pues no? ¿Y por qué no
me habéis vos de guardar a mí decoro y respeto, siendo tan buena como soy?
SOLDADO. Oid, señora doña
Guiomar: aquí delante de estos señores os quiero decir esto: ¿Por qué me hacéis
cargo de que sois buena, estando vos obligada a serlo, por ser de tan bueno s
padres nacida, por ser cristiana y por lo que debéis a vos misma? ¡Bueno es que
quieran las mujeres que las respeten sus maridos porque son castas y honestas;
como si en solo esto consistiese, de todo en todo, su perfección; y no echan de
ver los desaguaderos por donde desaguan la fineza de otras mil virtudes que les
faltan! ¿Qué se me da a mí que seáis casta con vos misma, puesto que se me da
mucho, si os descuidáis que lo sea vuestra criada, y si andáis siempre
rostrituerta, enojada, celosa, pensativa, manirrota, dormilona, perezosa,
pendenciera, gruñidora, con otras insolencias de este jaez, que bastan a
consumir las vidas de doscientos maridos? Pero, con todo esto, digo, señor
juez, que ninguna cosa de estas tiene mi señora doña Guiomar; y confieso que yo
soy el leño, el inhábil, el dejado y el perezoso; y que, por ley de buen
gobierno, aunque no sea por otra cosa, está vuesa merced obligado a descasarnos;
que desde aquí digo que no tengo ninguna cosa que alegar contra lo que mi mujer
ha dicho, y que doy el pleito por concluso, y holgaré de ser condenado.
GUIOMAR. ¿Qué hay que alegar contra lo que
tengo dicho? Que no me dais de comer a mí, ni a vuestra criada, y monta que no
son muchas, sino una, y aun esa sietemesina, que no come por un grillo.
ESCRIBANO. Sosiéguense; que vienen nuevos
demandantes.
(Entra uno vestido de médico, y es CIRUJANO; y ALDONZA DE MINJACA,
su mujer.)
CIRUJANO. Por cuatro causas bien
bastantes, vengo a pedir a vuesa merced, señor juez, haga divorcio entre mí y
la señora Aldonza de Minjaca, mi mujer, que está presente.
JUEZ. Resoluto venís; decid las
cuatro causas.
CIRUJANO. La primera, porque no
la puedo ver más que a todos los diablos; la segunda, por lo que ella se sabe;
la tercera, por lo que yo me callo; la cuarta, porque no me lleven los
demonios, cuando de esta vida vaya, si he de durar en su compañía hasta mi
muerte.
PROCURADOR. Bastante he ha
probado su intención.
MINJACA. Señor juez, vuesa merced
me oiga, y advierta que, si mi marido pide por cuatro causas divorcio, yo le
pido por cuatrocientas. La primera, porque, cada vez que le veo, hago cuenta
que veo al mismo Lucifer; la segunda, porque fui engañada cuando con él me
casé; porque él dijo que era médico de pulso, y remaneció cirujano, y hombre
que hace ligaduras y cura otras enfermedades, que va a decir de esto a médico,
la mitad del justo precio; la tercera, porque tiene celos del sol que me toca;
la cuarta, que, como no le puedo ver, querría estar apartada del dos millones
de leguas.
ESCRIBANO. ¿Quién diablos
acertará a concertar estos relojes, estando las ruedas tan desconcertadas?
MINJACA. La quinta...
JUEZ. Señora, señora, si pensáis
decir aquí todas las cuatrocientas causas, yo no estoy para escuchallas, ni hay
lugar para ello; vuestro negocio se recibe a prueba, y andad con Dios; que hay
otros negocios que despachar.
CIRUJANO. ¿Qué más pruebas, sino
que yo no quiero morir con ella, ni ella gusta de vivir conmigo?
JUEZ. Si eso bastase para
descasarse los casados, infinitésimos sacudirían de sus hombros el yugo del
matrimonio. (Entran uno vestido de GANAPAN, con su caperuza cuarteada.)
GANAPAN. Señor juez: ganapán soy,
no lo niego, pero cristiano viejo, y hombre de bien a las derechas; y, si no
fuese que alguna vez me tomo del vino, o él me toma a mí, que es lo más cierto,
ya hubiera sido prioste en la cofradía de los hermanos de la carga; pero,
dejando esto aparte, porque hay mucho que decir en ello, quiero que sepa el
señor juez que, estando una vez muy enfermo de los vaguidos de Baco, prometí de
casarme con una mujer errada. Volví en mí, sané, y cumplí la promesa, y cáseme
con una mujer que saqué de pecado; la puse a ser placera; ha salido tan
soberbia y de tan mala condición, que nadie llega a su tabla con quien no riña,
ora sobre el peso falto, ora sobre que le llegan a la fruta, y a dos por tres
les da con una pesa en la cabeza, o adonde topa, y los deshonra hasta la cuarta
generación, sin tener hora de paz con todas sus vecinas ya parleras; y yo tengo
de tener todo el día la espada más lista que un sacabuche, para defenderla; y
no ganamos para pagar penas de pesos no maduros, ni de condenaciones de
pendencias. Querría, si vuesa merced fuese servido, o que me apartase de ella,
o por lo menos le mudase la condición acelerada que tiene en otra más reportada
y más blanda; y prométale a vuesa merced de descargarle de balde todo el carbón
que compraré este verano; que puedo mucho con los hermanos mercaderes de la
costilla.
CIRUJANO. Ya conozco yo a la
mujer de este buen hombre, y es tan mala como mi Aldonza; que no lo puedo más
encarecer.
JUEZ. Mirad, señores: aunque algunos de los
que aquí estáis habéis dado algunas causas que traen aparejada sentencia de
divorcio, con todo eso, es menester que conste por escrito, y que lo digan
testigos; y así, a todos os recibo a prueba. Pero ¿qué es esto? ¿Música y
guitarras en mi audiencia? ¡Novedad grande es ésta! (Entran dos músicos.)
Músicos. Señor juez, aquellos dos casados tan desavenidos que vuesa merced
concertó, redujo y apaciguó el otro día, están esperando a vuesa merced con una
gran fiesta en su casa; y por nosotros le envían a suplicar sea servido de
hallarse en ella y honrarlos.
JUEZ. Eso haré yo de muy buena gana, y
pluguiese a Dios que todos los presentes se apaciguasen como ellos.
PROCURADOR. De esa manera,
moriríamos de hambre los escribanos y procuradores de esta audiencia; que no,
no, sino todo el mundo ponga demandas de divorcios, que al cabo, al cabo, los
más se quedan como se estaban, y nosotros habremos gozado del fruto de sus
pendencias y necedades.
MÚSICOS. Pues en verdad que desde aquí hemos
de ir regocijando la fiesta. (Cantan los músicos.) «Entre casados de honor,
cuando hay pleito descubierto, más vale el peor concierto que no el divorcio
mejor. Donde no ciega el engaño simple, en que algunos están, las riñas de por
San Juan son paz para todo el año. Resucita allí el honor, y el gusto, que
estaba muerto, donde vale el peor concierto más que el divorcio mejor. Aunque la
rabia de celos es tan fuerte y rigurosa, si los pide una hermosa, no son celos,
sino cielos. Tiene esta opinión Amor, que es el sabio más experto: que vale el
peor concierto más que el divorcio mejor.